EL PAPA FRANCISCO BEATIFICÓ AL PAPA JUAN PABLO I
Por Mónica Graciela López
Juan Pablo I, que nació como Albino Luciani, fue Papa entre el 26 de agosto de 1978 y el 28 de septiembre de ese mismo año (34 días), día en que murió inesperadamente y que estuvo rodeado de diversas sospechas hasta que, recientemente, documentos oficiales confirmaron que tuvo un infarto.
Francisco destacó durante la misa de este domingo que Juan Pablo I vivió “con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo”. ”Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica solo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio yo en el centro y buscar la propia gloria”, dijo.
Juan Pablo I es conocido como “El papa sonriente” y Francisco dijo sobre él: ”Con su sonrisa, el papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado”.
La vida de Albino, tiene algunos puntos en contacto con la de nuestro Papa argentino. Antes de la Primera Guerra Mundial, su padre había emigrado a la Argentina en busca de trabajo, por los niveles de hambruna en su zona natal, lo que une su historia a la de mis abuelos, también. Sin embargo, con el inicio de la guerra, tuvo que volver a Italia para responder al ejército.
Albino, debió mendigar para completar sus estudios y recibió la ayuda de judíos boloñeses, que decidieron apoyarlo durante su preparación en el seminario. “Padeció mucho el frío. Después de la guerra no había nada. Solía recordar el seminario, donde no tenían calefacción y se formaba escarcha. Decía ‘todos los días pierdo mi vocación por veinte minutos’, el tiempo en el que se bañaba con agua congelada”, precisó Nunzia, su biógrafa y aseguró que eso lo acompañó de por vida, al igual que su sencillez.
EL MILAGRO NECESARIO PARA LA BEATIFICACIÓN
En 2011, una niña de 10 años había enfermado gravemente en Paraná, Entre Ríos. No se sabía qué es lo que tenía, pero su estado de salud fue empeorando y la trasladaron a Buenos Aires. Estuvo muchos días internada, con respirador y los médicos consultados veían un panorama oscuro.
“Candela hizo una vida normal hasta los 10 años, que fue cuando se enfermó. Empezó con dolor de cabeza. A la semana, Cande comenzó a desmejorar, hasta tener vómitos y fiebre. Cuando la llevé a la guardia, me dijeron que estaba incubando un virus. Cada vez iba empeorando más, hasta que en la madrugada del 27 de marzo de 2011 la llevé al hospital pediátrico de Paraná y quedó internada en terapia. En pocas horas pasó a estar en coma, con respirador. Tenía convulsiones y probaban con distintos anticonvulsivos, pero nada funcionaba” Según los testimonios de la mamá de Candela.
Peregrinó por sanatorios, hospitales y distintos centros de salud de Entre Ríos, pero nadie sabía explicarle qué tenía su hija. La monitoreaban permanentemente, le hacían electroencefalogramas las 24 horas, placas todos los días, resonancias y tomografías. Nada alcanzaba para detectar en qué consistía su rara enfermedad. Incluso, cuando ingresaron a la Fundación Favaloro, no había un diagnóstico preciso. Años después, los especialistas concluyeron que la patología era FIRES (síndrome epiléptico por infección febril), una enfermedad de las consideradas raras, que afecta a una persona en un millón, casi siempre sin posibilidad de sobrevida.
Desde que llegaron a Favaloro, Cande empeoró en vez de mejorar. No tenía expectativas de vida. Hasta le llegaron a decir que volviera a Paraná para que muriera en su casa, recuerda Roxana. Los especialistas le decían que, si acaso sobrevivía, la niña iba a quedar en estado vegetativo o ciega.
La noche más oscura y desesperante fue la del 22 de julio de 2011, cuando la doctora Gladys la abrazó y le dijo: “No podemos hacer nada más por ella. Cande se muere esta noche”. En ese momento, Roxana decidió pasar por la iglesia a la que siempre iba a rezar, la parroquia Nuestra Señora de la Rábida, ubicada a metros de la clínica. Allí había conocido al Padre José Dabusti, quien la contenía en esos dramáticos días. Aquella noche entró y le pidió que fuera a verla. Cuando se acercó a la cama de Cande, rezó y le indicó que pusiese las manos arriba de ella y se la encomendó al Papa Juan Pablo I. Aunque no sabía nada acerca del Papa, Roxana confió en lo que le proponía el sacerdote y, sin dudarlo, se aferró a él sabiendo que era el último recurso. Se quedó sola al pie de la cama de su hija, esperando que transcurrieran las horas.
Finalmente, la niña pasó la noche. Su situación se revirtió de tal manera que una semana después obtuvo el alta médica. Lo que nadie entendía es qué había pasado. La respuesta racional empírica no llegaba y los médicos debieron reconocer que se trataba de un milagro.
Según lo que les habían dicho, la enfermedad dejaría secuelas graves y permanentes. Pero después de 10 años, Candela tiene una vida sana y normal. Estudia, sale con amigos y sonríe ante la oportunidad que le dio la vida.
CONCLUSIÓN: HOY EL PAPA SONRIENTE, JUAN PABLO I, ES BEATO.
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